Jerónimo le
había dicho a su mamá, una y mil veces, que el cielo ya no estaba allí… pero su
mamá no le creía. Al principio se rió, luego se puso seria y finalmente le dijo
que se callara de una buena vez… tal y como hacía siempre que se enojaba con
él.
Jerónimo se
calló, sí. Pero su corazón siguió llorando por dentro.
Todos los
días, cuando se despertaba, lo primero que hacía era asomarse a la ventana de
su cuarto y saludar al cielo, el pedacito de cielo que se vislumbraba desde su
departamento.
Un cielo
celeste a veces, con alguna nube otras, lluvioso…
Cuando
estaba en casa, muchas veces se acordaba de su amigo el cielo y se asomaba a
mirarlo, a saludarlo.
A la noche,
cuando se iba a dormir, era el cielo quien le contaba historias a través de la
magia de sus estrellas. Y siempre, siempre, había una que le guiñaba un ojo y
era su abuelo Pepe que le cantaba una canción de cuna. Como antes de que se
fuera al cielo. Como cuando Jerónimo era chiquito y el abuelo lo abrazaba
fuerte, fuerte y lo tiraba hacia el cielo una y otra y otra más. Y se reían. Y
después le compraba caramelos y le contaba cuentos.
Cómo lo
extrañaba! Pero sabía que estaba en el cielo, y desde allí lo abrazaba siempre
que él lo necesitaba.
Cómo no iba
a asomarse a mirarlo todas las veces que tenía ganas!
Por eso,
cuando esa mañana se despertó y no vio el rayito de sol a través de las
cortinas, pensó que estaba nublado.
Pero,
cuando se asomó y se encontró con una pared enorme, enormeeee que ocupaba toda
su ventana, se preocupó de verdad. Dónde estaba el cielo? No lo veía!
Y fue
cuando salió corriendo de su cuarto y gritando: -¡Mamá, el cielo no está más!
Me robaron el cielo, mamá… y empezó a llorar.
La mamá,
que no entendía nada, primero lo consoló (o lo intentó) y luego se enojó…
poquito primero, mucho después.
Jerónimo se
fue a su cuarto cabizbajo.
Qué iba a
hacer sin su cielo? Cómo iba a mirar las estrellas donde estaba el abuelo Pepe?
Cómo iba a saber si llovía o había sol?
Cuando
hacía un año la casa de al lado apareció con un cartel de “se vende”, Jerónimo
se acordó que su papá le dijo a su mamá que lo preocupaba: -Mirá si nos hacen
un edificio al lado – le dijo. Y Jerónimo se acordaba. Su mamá le contestó: -
No creo! Y ahí terminó todo.
Pero al
tiempo, había pasado bastante, delante del cartel apareció el mensaje muy
grande y en letras negras: “VENDIDO”.
Jerónimo lo
pudo leer (estaba aprendiendo) y se emocionó. Pensó en los vecinos nuevos: si
venían amigos lo iba a pasar re bien.
Pero esta
vez, la conversación en la mesa fue un poco más larga. Papá le dijo a mamá: -
Sigo preocupado. Viste que se vendió la casa de al lado? Es una posibilidad
cierta que construyan un edificio. Te diste cuenta cómo están poblando la
ciudad? La verdad es que no entiendo donde pueden meter a tanta gente… pero
evidentemente la meten.
A lo que
mamá le contestó:
- Bueno,
pongamos el departamento en venta y listo. Buscamos otra cosa.
A Jerónimo
no le gustó nada la idea de mudarse. No era tan fácil: y mis juguetes? Y mis
amigos? Y mi cama? Y mi cielo? – pensó.
Y se lo dijo
a sus papás. Le respondieron que no se preocupara. Que los juguetes y la cama
la llevarían.
- Pero y mi
cielo? – les preguntó otra vez. Lo miraron con cara de nada, como hacen los
adultos cuando quieren finalizar el tema. Y se terminó.
Al
principio Jerónimo estaba preocupado. Pero después se fue olvidando.
No supo si su
mamá y su papá hicieron algo al respecto: él no se enteró. No había cartel de
“se vende” y nadie vino a ver la casa.
Al lado del
departamento, un día se despertó y encontró el terreno vacío. A la semana,
empezaron a aparecer muchas hormigas-personas-obreros. De repente, un día había
muchos, pero al día siguiente había muchos más.
La cara del
papá seguía seria. Y notaba que cuchicheaba con la mamá.
Hasta que
Jerónimo ya no encontró su cielo, y en su lugar había una pared gris y aburrida
que lo miraba fijo.
¿Y qué iba
a hacer ahora?
Por más que
estiraba el cuello, el cielo no se veía. Entonces pensó, aunque su mamá no lo
dejaba mucho, en abrir el vidrio. Enojado y con bronca, sacó la cabeza y miró
para arriba. Y allí estaba!! Sí, allí estaba!!
Chiquito,
diminuto, mucho más pequeño que antes, pero veía un pedacito de cielo.
Un
pedacitito….
Escuchó que
su mamá decía:
-
¡Qué
tristeza, Buenos Aires! Cómo te están llenando de cemento!
Y a
Jerónimo, un nene de cinco años, una lágrima le resbaló por la mejilla.
(Eliana Dell Era)
No hay comentarios:
Publicar un comentario